El Papa Francisco presidió la Vigilia de
la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Panamá 2019 en el Campo San Juan
Pablo II (Metro Park) ante miles de jóvenes y en su mensaje principal expresó:
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
Vimos este hermoso espectáculo sobre el Árbol de la Vida que nos muestra
cómo la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia
de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra
de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube”
esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un
ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida
que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última
novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a ser parte
de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que
vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde
estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar
y a plantarse; es el primero en decir “sí” a nuestra vida, El siempre
va primero, es el primero a decir sí nuestra historia, y quiere que
también digamos “sí” junto a Él. Él siempre nos primerea.
Así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia de
amor. Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las “redes
sociales” de la época, Ella no era una “influencer”, pero sin quererlo
ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia.
Le podemos decir con confianza de hijos: María, la “influencer” de Dios.
Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en el amor, a
confiar en las promesas de Dios, que es la única fuerza capaz de
renovar, de hacer nuevas todas las cosas. Y todos nosotros hoy tenemos
algo que hacer nuevo adentro, hoy tenemos que dejar que Dios renueve
algo en mi corazón Pensemos un poquito: ¿Qué quiero yo que Dios renueve
en mi corazón?
Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María, joven, de ese
«hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación
pasiva o resignada, fue algo distinto a un “sí” como diciendo: bueno,
vamos a probar a ver qué pasa. Fue algo más, algo distinto. María no
conocía esa expresión, era decidida, supo de qué se trataba y dijo sí.
Fue algo más, algo distinto, fue el “sí” de quién quiere comprometerse y
arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la
certeza de saber que era portadora de una promesa. Le pregunto a cada
uno de ustedes, ¿se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa
tengo en el corazón para llevar adelante?
María sin dudas tendría una misión muy difícil, pero las dificultades no
eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría complicaciones, pero
no serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía
nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. María no
compró un seguro de vida, María se jugó y por eso es fuerte, por eso es
una influencer, es la influencer de Dios.
El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades.
Esta tarde también escuchamos cómo el “sí” de María hace eco y se
multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de
María arriesgan y apuestan guiados por una promesa. Gracias Erika y
Rogelio por el testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos,
merecen un aplauso.
Compartieron sus temores, dificultades y todo el riesgo vivido ante el
nacimiento de Inés. En un momento dijeron: «A los padres, por diversas
circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna
enfermedad o discapacidad», eso es cierto, es comprensible. Pero lo
sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos
amarla con todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los
anuncios y dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron
como María «hágase», decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija
frágil, indefensa y necesitada la respuesta de ustedes, Erika y
Rogelio, fue “sí” y ahí tenemos a Inés. ¡Ustedes se animaron a creer que
el mundo no es solo para los fuertes! ¡Gracias!
Decir “sí” al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene con toda
su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus
contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos
hablaron Erika y Rogelio. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra
patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus
fragilidades y pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando
damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es
puro ni destilado, pero por eso no es menos digno de amor. ¿Acaso
alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor? Les
pregunto, ¿un discapacitado, una persona frágil es digna de amor?
Sí. Entendieron.
Otra pregunta, a ver cómo responden: ¿Alguien por ser extranjero, por
haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión no es digno de
amor? Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico,
abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso
abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando.
¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Vos no podes
salvar una persona, vos no podes salvar una situación si no la amás.
Solo lo que se ama puede ser salvado. ¿Lo repetimos? Solo lo que se ama
puede ser salvado.
Por eso nosotros podemos ser salvados por Jesús, porque nos ama. Podemos
hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva, porque solo lo que se
ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado.
El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones,
fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras
contradicciones, fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta
historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de sus
negaciones y nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas
ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída,
atención a esto, la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la
vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar.
Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras suben la
montaña: en el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino en
no permanecer caído. no permanecer caído. La mano para que te alcen. No
permanecer caído.
¡El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como viene, no
tener miedo de abrazar la vida, como es. Ese es el árbol de la vida que
hemos visto hoy.
Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de compartirlo con todos
nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a trabajar en la
construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las cosas
tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo
en los cuatro “sin” que dejaron nuestra vida sin raíces y se seca: sin
trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia. Es decir, vida sin
raíces. Estos cuatro “sin”, matan.
Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a
estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando
no hay de dónde agarrarse, de dónde sujetarse. Esta es una pregunta que
los mayores estamos obligados a hacernos, los mayores que estamos aquí,
es más, es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos y tendremos el
deber de respondérsela: ¿Qué raíces les estamos dando?, ¿qué cimientos
para construirse como personas les facilitamos? Qué fácil resulta
criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de
oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde dónde agarrarse
y soñar el futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo
es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin comunidad es casi
imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder
no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena
gastar mi vida. y eso lo tenemos que facilitar nosotros los mayores
dándoles trabajo, educación, comunidad, oportunidades
Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin
educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos sentimos
vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con cualquier
verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.
A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo, les pregunto:
¿Qué haces vos para generar futuro en los jóvenes de hoy?, ¿sos capaz
de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo, para que
tengan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes
respondámonos en el corazón.
Recuerdo una vez, charlando con unos jóvenes que uno me pregunta: “¿Por
qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta
creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida?” Les contesté: “Y
ustedes, ¿qué piensan sobre esto?” Entre las respuestas que surgieron
en la conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que
ver con la experiencia que Alfredo compartía: “Padre, es que muchos de
los jóvenes sienten que poco a poco dejaron de existir para otros, se
sienten muchas veces invisibles”. Muchos jóvenes sienten que dejaron de
existir para otros, para la familia, para la sociedad, para la
comunidad, y entonces muchas veces se sienten invisibles.
Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo
todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar
porque no cuentan con espacios reales desde dónde sentirse convocados.
¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo
que dejaron de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los
estamos empujando a no mirar el futuro y a caer en las garras de las
drogas, de cualquier cosa que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué
hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los critico o no me interesa?, ¿los
ayudo o no me interesa? ¿Es verdad que para mi dejaron de existir hace
tiempo?
Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse
reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande
que estar “en la red”. Significa encontrar espacios en el que puedan
con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una
comunidad más grande que los necesita y que también ustedes jóvenes
necesitan.
Y eso los santos lo entendieron muy bien. Pienso por ejemplo en Don
Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte. A ver acá
los que quieren a Don Bosco, un aplauso. Don Bosco no se fue a buscar a
los jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simplemente aprendió a
ver todo lo que pasaba en la ciudad con los ojos de Dios y, así, su
corazón fue golpeado por cientos de niños, de jóvenes abandonados sin
estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad. Mucha gente
vivía en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no
sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los jóvenes hay que mirarlos con
los ojos de Dios.
Él lo hizo, se animó Don Bosco, y se animó a dar ese primer paso:
abrazar la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de
dar el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia donde
con trabajo, estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde
sujetarse para que puedan llegar al cielo, para que puedan ser alguien
en la sociedad, darles raíces para se agarren y no los tire abajo el
viento que viene, eso hizo Don Bosco, eso hacen los santos, eso hacen
las comunidades que saben mirar a los jóvenes con los ojos de Dios. ¿Se
animan ustedes los grandes a mirar a los jóvenes con los ojos de Dios?
Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que promueven lo que
llaman familia grande, hogar de Cristo que, con el mismo espíritu de
otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y
complejidad porque saben que el árbol siempre guarda «una esperanza
guarda el árbol: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar
renuevos» (Jb 14,7).
Y siempre se puede “retoñar y echar renuevos”, siempre se puede empezar
de nuevo cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces,
que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir un
nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y
entregado a una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor
se hace presente. Decir “sí” como María a esta historia de amor es decir
“sí” a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios,
comunidades eclesiales capaces de callejear la ciudad, abrazar y tejer
nuevas relaciones. Ser un “influencer” en el siglo XXI es ser custodios
de las raíces, custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se
vuelva gaseosa, que nuestra vida se evapore en la nada.
Ustedes los mayores sean custodios de todo aquello que nos permita
sentirnos parte los unos de los otros, custodios de todo aquello que nos
haga sentir que nos pertenecemos.
Así lo vivió Nirmeen en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia.
Se encontró con una comunidad viva y alegre, que le salió a su
encuentro, le dio pertenencia, por lo tanto identidad, y le permitió
vivir la alegría que significa ser encontrada por Jesús. Nirmeen le
esquivaba a Jesús, tenía sus distancias hasta que alguien le hizo ver
raíces, le dio pertenencia y esa comunidad la animó a comenzar ese
camino que ella nos contó.
Un santo latinoamericano una vez se preguntó: «El progreso de la
sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o adquirir la
última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del
hombre? ¿No hay nada más que vivir para esto?» (cf. S. ALBERTO HURTADO,
Meditación de Semana Santa para jóvenes, 1946). Yo les pregunto a los
jóvenes: ¿Ustedes quieren esta grandeza o no?
¡No!
La grandeza no es solo tener el último auto, adquirir la última técnica
del mercado. Ustedes fueron creados para algo más. María lo comprendió y
dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: ¡Hágase!
Alfredo lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo:
¡Hágase! Los hemos escuchado aquí. Amigos, les pregunto: ¿Están
dispuestos a decir “sí”?
¡Sí! Aprendieron a contestar, ya me gusta más.
El Evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos
personas enfermas, menos personas débiles, menos personas frágiles o
ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores; no,
no será mejor por eso. El mundo será mejor cuando sean más las personas
que, como estos amigos que nos han hablado, estén dispuestos y se
animen a gestar el mañana, a creer en la fuerza transformadora del amor
de Dios. A ustedes jóvenes les pregunto: ¿Quieren ser “influencer” al
estilo de María. Ella se animó a decir «hágase»? Solo el amor nos vuelve
más humanos, no las peleas, no el bullying, no el estudio solo; solo el
amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero
vacíos placebos.
Dentro de un momento nos vamos a encontrar con Jesús vivo en la
Eucaristía. Seguro que van a tener muchas cosas que decirle, muchas
cosas que contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus
familias y de sus países.
Estando frente a Jesús, cara a cara, anímense, no tengan miedo de
abrirle el corazón para que Él renueve el fuego de su amor, que los
impulse a abrazar la vida con toda su fragilidad, con toda su pequeñez,
pero también con toda su grandeza y hermosura. Que Jesús los ayude a
descubrir la belleza de estar vivos y despiertos, vivos y despiertos.
No tengan miedo de decirle a Jesús que ustedes también quieren tomar
parte en su historia de amor en el mundo, ¡que están para más!
Amigos: Les pido también que en ese cara a cara con Jesús sean buenos y
le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la vida, para
que sea capaz de cuidar las raíces y sea capaz de decir como María:
¡Hágase según tu palabra!
Fuente: www.aciprensa.com